ACOSO CALLEJERO
Texto expositivo
Jorge Luis Calderón García
Los espacios públicos se convierten en los escenarios principales de nuestros recorridos a diario; no obstante, este mismo territorio no es percibido del mismo modo por hombres que por mujeres: por lo menos 7 de cada 10 mujeres son víctimas de un tipo de agresión que, por su cotidianidad, se ha convertido en una práctica poco sancionada socialmente (Guillén 2014). Se trata del acoso sexual callejero, violencia del que somos víctimas mujeres de todas las edades, estratos y etnias. El acoso callejero vulnera nuestros derechos más básicos de libertad para movilizarnos de manera segura por lugares públicos, peor aún si entre las víctimas se encuentran niñas y adolescentes que, dada su corta edad, no pueden comprender del todo la naturaleza ni el porqué de la violencia a la que han sido expuestas. El problema es más grave de lo que se cree comúnmente, pues trae una serie de consecuencias nefastas para ambos géneros: las mujeres perdemos la libertad de circular por ciertos lugares, pues no nos sentimos seguras (sobre todo si transitamos solas), evitamos ponernos ciertas prendas que harán visible parte de nuestro cuerpo y ello generará miradas indeseadas; por otro lado, los hombres sentirán que son objeto de rechazo y recelo por parte del género opuesto, así también, corren el riesgo de ser percibidos como seres sin raciocinio e incapaces de controlar sus instintos. Es decir, es un fenómeno de preocupación general, pues nos aleja de una relación saludable a nivel de comunidad, nos lleva a enclaustrarnos en nuestro grupo (femenino) y percibir a los hombres como los ‘otros’ desde una óptica negativa; por ende, se fortalecen los estereotipos entre ambos y el escenario se convierte en una interacción hostil y agresiva. Todo ello aunado al poco compromiso por parte de la publicidad y los medios de comunicación que aún proyectan contenidos de corte machista y vulgar en donde la mujer es arrebatada de su condición humana para convertirse en objeto de deseo donde es permitido calificarla con los adjetivos más denigrantes e incluso tocarlas (Mundo curioso 2014). El siguiente ensayo abarcará el fenómeno del acoso sexual callejero, las implicancias en sus víctimas y posibles medidas para combatir y erradicar esta transgresión a nuestro espacio más privado que tiene por ancestro a un patriarcado ya caduco.
Acoso sexual callejero y las propuestas para enfrentarlo:
Es extraño escuchar a una mujer que transita por la calle que se siente completamente segura de no se sentirá observada de una manera que a ella la hará sentir invadida, o que no escuchará “halagos” de corte vulgar referido a alguna parte de su cuerpo, peor aún si termina siendo violentada físicamente. Esto es el acoso sexual callejero, una práctica cotidiana en la que muchos hombres se atribuyen la libertad de transgredir el espacio de otra persona (mujer o niña) , la mayoría de acosadores percibe este hecho como inofensivo, pues creen que están ”piropeando” y por ende, nosotras deberíamos sentirnos agradecidas por que están resaltando nuestro físico de manera positiva. La realidad es que escuchar juicios de valor acerca de nuestro cuerpo por parte de desconocidos, vulnera nuestra libertad y tranquilidad, nos cosifica, pues nos convertimos para estos sujetos en objetos de carne en la que ellos refuerzan su virilidad y su posición jerárquica en la estructura de género, donde ellos asumen que debemos tomar una posición sumisa frente a los improperios recibidos. Esto se demuestra claramente en los casos en los que las mujeres se han aventurado a confrontar a su acosador y estos han reaccionado de manera violenta, como si estas estuvieran yendo en contra de una dinámica establecida; en otros casos, terminan ocultándose y evadiendo réplicas. El temor a que estos sujetos pongan en riesgo nuestra integridad es lo que, la mayoría de veces, nos reprime de responder ante el acoso, así mismo, nos encontramos en estado de shock y nuestra capacidad de reacción se anula por completo. La sensación después de haber experimentado un hecho así solo lo pueden entender quienes han pasado por lo mismo: asco, rabia, ira, temor, indignación, impotencia, y un largo etc. Después de haber vivido un episodio así, nuestra percepción de los hombres, la calle, el transporte público y nosotras mismas no volverá a ser la misma. Los hombres serán percibidos con recelo y temor, la calle será un campo de batalla hostil, donde nadie estará segura del todo, y en algunos casos, tenderemos a creer que fuimos nosotras las causantes del ataque: tal vez cierta falda o escote que despertaron instintos masculinos incontenibles. El factor vestimenta o la supuesta irresponsabilidad de habernos expuestos a ciertos espacios por nuestra cuenta son excusas vacías que buscan responsabilizar a la víctima de la agresión que ha sufrido y justificar al agresor como un ser incapaz de contener sus impulsos. Se vuelve el acoso, entonces, en un martirio con doble castigo: agresión y culpa.
Son prácticas de connotación sexual ejercidas por una persona desconocida, en espacios públicos como la calle, el transporte o espacios semi públicos (mall, universidad, plazas, etc.); que suelen generar malestar en la víctima. Estas acciones son unidireccionales, es decir, no son consentidas por la víctima y quien acosa no tiene interés en entablar una comunicación real con la persona agredida.
Las prácticas de acoso sexual callejero son sufridas de manera sistemática, en especial por las mujeres, ocurriendo varias veces al día desde aproximadamente los 12 años, lo que genera traumatización no sólo por hechos de acoso especialmente graves, sino por su recurrencia.
El simple hecho de salir a la calle se convierte en una pesadilla para miles de mujeres, que desde temprana edad comienzan a ser víctimas de silbidos, roces y tocaciones que las afectan psicológicamente y disminuyen su sensación de seguridad en el espacio público. En los últimos años, decenas de agrupaciones en América Latina han surgido como un espacio de denuncia, permitiendo legislar y crear conciencia sobre una de las formas más naturalizadas de la violencia de género.
“Tenía unos 9 años y estaba con mi mamá esperando la micro. Un tipo empezó a llamar mi atención para que lo mirara, empezó a lamerse los labios de forma sexual y a tocarse el pene. Quedé congelada, sentía que no sabía qué estaba pasando y me asusté. Comencé a mirar hacia otro lado, pero el tipo seguía. Ni si quiera tuve el valor de decirle a mi mamá, hasta que le pedí que nos corriéramos de allí y lo notó. El paradero estaba lleno y nadie hizo nada. Pasó la micro y el viejo asqueroso, desde abajo, hizo el mismo gesto con los labios y me tiró un beso. Mi mamá estaba enrabiada y me decía que no le hiciera caso, que era un enfermo. La situación me afectó mucho cuando me empecé a desarrollar; cuando me empezaron a crecer las pechugas me empecé a conseguir vendas para tapármelas, porque me asqueaba de una forma impresionante ser mujer. Ahora, cada vez que me dicen algo en la calle, recuerdo a ese viejo asqueroso. Me costó entender que no debo sentirme culpable y creo que, al contrario de lo que muchos dicen, justificando con un es algo lindo, te sube la autoestima, a mí me la bajan, me degradan, como lo hizo ese viejo” (Gómez G., 2017).
Observatorio contra el Acoso Callejero (OCAC), organismo que nació a finales del año 2013 como iniciativa de un pequeño grupo de cientistas sociales. “Lo que nos motivó fue visibilizar un tipo de violencia de género que era claro que afectaba a muchísimas personas, pero que no tenía ninguna forma de trato en nuestro país, a nivel de políticas públicas o desde la sociedad civil”, comenta Francisca Valenzuela, socióloga de la Universidad de Chile y presidenta del OCAC.
Miradas lascivas, piropos, silbidos, besos, bocinazos, jadeos, gestos obscenos, comentarios sexuales, fotografías y grabaciones a partes íntimas, tocaciones, persecuciones y arrinconamientos, masturbación pública y exhibicionismo son prácticas constituyentes de acoso sexual callejero, ejercidas cotidianamente en el espacio público, principalmente contra mujeres jóvenes y adolescentes. Estas acciones generan diversos tipos de consecuencias en términos emocionales, de uso de los espacios y de percepción de seguridad.
“Lo más difícil radica en la invisibilización de este tipo de prácticas. Cuando uno intenta posicionar un tema que no está discutido, se justifica en nombre de la cultura. La dificultad es esa, pelear contra la tradición, enfrentarte contra una conducta naturalizada y tener explicar por qué es un problema”, explica María Francisca Valenzuela.
De acuerdo con la Primera Encuesta de Acoso Callejero en Chile, realizada por el OCAC, un 94,7 por ciento de las mujeres ha sido víctima de acoso sexual callejero, práctica a la cual comienzan a acostumbrarse a partir de los nueve años de edad, en pleno desarrollo físico y psicológico. Más de un 77 por ciento de las encuestadas dice ser acosada al menos una vez por semana, mientras que un 40 por ciento sufriría de acoso callejero diariamente.
Ante esta realidad, el 17 de marzo de este año fue ingresado al Congreso un proyecto de ley que busca contribuir a erradicar las prácticas de acoso sexual callejero y plantea la importancia de reconocerlas como un tipo de violencia; sancionando tres tipos de conductas con una multa de 15 UTM: actos no verbales y verbales; captación de imágenes del cuerpo de otra persona y abordajes intimidantes, exhibicionismo o masturbación, persecución a pie o en medios de transporte. En el caso de actos que involucren el contacto físico de carácter sexual, la sanción sería presidio menor en su grado mínimo, es decir, de 61 a 540 días.
“Nuestras expectativas son que este tema se visibilice no solamente a nivel ciudadano, sino que podamos mostrar un compromiso a nivel político real, que no solamente estén las sanciones, sino que también esté en manos de ministerios comprometidos con temas de educación sobre esta problemática que afecta a los y las jóvenes”, explica María Francisca Valenzuela. Actualmente, el proyecto de ley fue remitido a la Corte Suprema.
El acoso sexual callejero representa un retroceso en la convivencia civilizada entre hombres y mujeres en espacios de común circulación, donde se forma una jerarquía de poder simbólico: agresor y agredida; todo ello como herencia de un sistema patriarcal ya colapsado que proviene del Imperio Romano (Pericás 2010: 67-72). Es momento de tomar parte en este movimiento anti acoso que comienza por cada una de nosotras: defendernos, si la situación nos lo permite, del acosador, decirle que lo que hace o dice no es de nuestro agrado en lo absoluto; muchos hombres ignoran o no le prestan la debida atención a cómo realmente nos sentimos en una situación de acoso. Si somos testigos de un evento en el que una niña o mujer está siendo acosada en cualquiera de sus formas, intervengamos, defendámonos entre nosotras, solidaricémonos, comprometámonos en actividades concientizadoras, pues ello hace la diferencia.. La unión es un arma poderosa para combatir este pernicioso fenómeno social que nos impide progresar como sociedad y lograr la reconciliación de géneros que ya lleva varios siglos en espera.
GUILLEN FLORES, Rosa Johana
2014 Acoso sexual callejero y sexismo ambivalente en jóvenes y adultos jóvenes de Lima. Tesis de licenciatura en Psicología con mención en Psicología Social. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, Facultad de Letras y Ciencias Humanas.
MIQUEL PERICAS, Esther
2010 ”El contexto histórico y sociocultural” en AGUIRRE Rafael, Así empezó el cristianismo. Estella, pp. 49-99.
MUNDO CURIOSO
2014 Los anuncios más machistas del siglo XXI. Consulta: 24/10/2014
https://www.youtube.com/watch?v=XmxSKjV5xC0
Texto expositivo
Jorge Luis Calderón García
Los espacios públicos se convierten en los escenarios principales de nuestros recorridos a diario; no obstante, este mismo territorio no es percibido del mismo modo por hombres que por mujeres: por lo menos 7 de cada 10 mujeres son víctimas de un tipo de agresión que, por su cotidianidad, se ha convertido en una práctica poco sancionada socialmente (Guillén 2014). Se trata del acoso sexual callejero, violencia del que somos víctimas mujeres de todas las edades, estratos y etnias. El acoso callejero vulnera nuestros derechos más básicos de libertad para movilizarnos de manera segura por lugares públicos, peor aún si entre las víctimas se encuentran niñas y adolescentes que, dada su corta edad, no pueden comprender del todo la naturaleza ni el porqué de la violencia a la que han sido expuestas. El problema es más grave de lo que se cree comúnmente, pues trae una serie de consecuencias nefastas para ambos géneros: las mujeres perdemos la libertad de circular por ciertos lugares, pues no nos sentimos seguras (sobre todo si transitamos solas), evitamos ponernos ciertas prendas que harán visible parte de nuestro cuerpo y ello generará miradas indeseadas; por otro lado, los hombres sentirán que son objeto de rechazo y recelo por parte del género opuesto, así también, corren el riesgo de ser percibidos como seres sin raciocinio e incapaces de controlar sus instintos. Es decir, es un fenómeno de preocupación general, pues nos aleja de una relación saludable a nivel de comunidad, nos lleva a enclaustrarnos en nuestro grupo (femenino) y percibir a los hombres como los ‘otros’ desde una óptica negativa; por ende, se fortalecen los estereotipos entre ambos y el escenario se convierte en una interacción hostil y agresiva. Todo ello aunado al poco compromiso por parte de la publicidad y los medios de comunicación que aún proyectan contenidos de corte machista y vulgar en donde la mujer es arrebatada de su condición humana para convertirse en objeto de deseo donde es permitido calificarla con los adjetivos más denigrantes e incluso tocarlas (Mundo curioso 2014). El siguiente ensayo abarcará el fenómeno del acoso sexual callejero, las implicancias en sus víctimas y posibles medidas para combatir y erradicar esta transgresión a nuestro espacio más privado que tiene por ancestro a un patriarcado ya caduco.
Acoso sexual callejero y las propuestas para enfrentarlo:
Es extraño escuchar a una mujer que transita por la calle que se siente completamente segura de no se sentirá observada de una manera que a ella la hará sentir invadida, o que no escuchará “halagos” de corte vulgar referido a alguna parte de su cuerpo, peor aún si termina siendo violentada físicamente. Esto es el acoso sexual callejero, una práctica cotidiana en la que muchos hombres se atribuyen la libertad de transgredir el espacio de otra persona (mujer o niña) , la mayoría de acosadores percibe este hecho como inofensivo, pues creen que están ”piropeando” y por ende, nosotras deberíamos sentirnos agradecidas por que están resaltando nuestro físico de manera positiva. La realidad es que escuchar juicios de valor acerca de nuestro cuerpo por parte de desconocidos, vulnera nuestra libertad y tranquilidad, nos cosifica, pues nos convertimos para estos sujetos en objetos de carne en la que ellos refuerzan su virilidad y su posición jerárquica en la estructura de género, donde ellos asumen que debemos tomar una posición sumisa frente a los improperios recibidos. Esto se demuestra claramente en los casos en los que las mujeres se han aventurado a confrontar a su acosador y estos han reaccionado de manera violenta, como si estas estuvieran yendo en contra de una dinámica establecida; en otros casos, terminan ocultándose y evadiendo réplicas. El temor a que estos sujetos pongan en riesgo nuestra integridad es lo que, la mayoría de veces, nos reprime de responder ante el acoso, así mismo, nos encontramos en estado de shock y nuestra capacidad de reacción se anula por completo. La sensación después de haber experimentado un hecho así solo lo pueden entender quienes han pasado por lo mismo: asco, rabia, ira, temor, indignación, impotencia, y un largo etc. Después de haber vivido un episodio así, nuestra percepción de los hombres, la calle, el transporte público y nosotras mismas no volverá a ser la misma. Los hombres serán percibidos con recelo y temor, la calle será un campo de batalla hostil, donde nadie estará segura del todo, y en algunos casos, tenderemos a creer que fuimos nosotras las causantes del ataque: tal vez cierta falda o escote que despertaron instintos masculinos incontenibles. El factor vestimenta o la supuesta irresponsabilidad de habernos expuestos a ciertos espacios por nuestra cuenta son excusas vacías que buscan responsabilizar a la víctima de la agresión que ha sufrido y justificar al agresor como un ser incapaz de contener sus impulsos. Se vuelve el acoso, entonces, en un martirio con doble castigo: agresión y culpa.
Son prácticas de connotación sexual ejercidas por una persona desconocida, en espacios públicos como la calle, el transporte o espacios semi públicos (mall, universidad, plazas, etc.); que suelen generar malestar en la víctima. Estas acciones son unidireccionales, es decir, no son consentidas por la víctima y quien acosa no tiene interés en entablar una comunicación real con la persona agredida.
Las prácticas de acoso sexual callejero son sufridas de manera sistemática, en especial por las mujeres, ocurriendo varias veces al día desde aproximadamente los 12 años, lo que genera traumatización no sólo por hechos de acoso especialmente graves, sino por su recurrencia.
El simple hecho de salir a la calle se convierte en una pesadilla para miles de mujeres, que desde temprana edad comienzan a ser víctimas de silbidos, roces y tocaciones que las afectan psicológicamente y disminuyen su sensación de seguridad en el espacio público. En los últimos años, decenas de agrupaciones en América Latina han surgido como un espacio de denuncia, permitiendo legislar y crear conciencia sobre una de las formas más naturalizadas de la violencia de género.
“Tenía unos 9 años y estaba con mi mamá esperando la micro. Un tipo empezó a llamar mi atención para que lo mirara, empezó a lamerse los labios de forma sexual y a tocarse el pene. Quedé congelada, sentía que no sabía qué estaba pasando y me asusté. Comencé a mirar hacia otro lado, pero el tipo seguía. Ni si quiera tuve el valor de decirle a mi mamá, hasta que le pedí que nos corriéramos de allí y lo notó. El paradero estaba lleno y nadie hizo nada. Pasó la micro y el viejo asqueroso, desde abajo, hizo el mismo gesto con los labios y me tiró un beso. Mi mamá estaba enrabiada y me decía que no le hiciera caso, que era un enfermo. La situación me afectó mucho cuando me empecé a desarrollar; cuando me empezaron a crecer las pechugas me empecé a conseguir vendas para tapármelas, porque me asqueaba de una forma impresionante ser mujer. Ahora, cada vez que me dicen algo en la calle, recuerdo a ese viejo asqueroso. Me costó entender que no debo sentirme culpable y creo que, al contrario de lo que muchos dicen, justificando con un es algo lindo, te sube la autoestima, a mí me la bajan, me degradan, como lo hizo ese viejo” (Gómez G., 2017).
Observatorio contra el Acoso Callejero (OCAC), organismo que nació a finales del año 2013 como iniciativa de un pequeño grupo de cientistas sociales. “Lo que nos motivó fue visibilizar un tipo de violencia de género que era claro que afectaba a muchísimas personas, pero que no tenía ninguna forma de trato en nuestro país, a nivel de políticas públicas o desde la sociedad civil”, comenta Francisca Valenzuela, socióloga de la Universidad de Chile y presidenta del OCAC.
Miradas lascivas, piropos, silbidos, besos, bocinazos, jadeos, gestos obscenos, comentarios sexuales, fotografías y grabaciones a partes íntimas, tocaciones, persecuciones y arrinconamientos, masturbación pública y exhibicionismo son prácticas constituyentes de acoso sexual callejero, ejercidas cotidianamente en el espacio público, principalmente contra mujeres jóvenes y adolescentes. Estas acciones generan diversos tipos de consecuencias en términos emocionales, de uso de los espacios y de percepción de seguridad.
“Lo más difícil radica en la invisibilización de este tipo de prácticas. Cuando uno intenta posicionar un tema que no está discutido, se justifica en nombre de la cultura. La dificultad es esa, pelear contra la tradición, enfrentarte contra una conducta naturalizada y tener explicar por qué es un problema”, explica María Francisca Valenzuela.
De acuerdo con la Primera Encuesta de Acoso Callejero en Chile, realizada por el OCAC, un 94,7 por ciento de las mujeres ha sido víctima de acoso sexual callejero, práctica a la cual comienzan a acostumbrarse a partir de los nueve años de edad, en pleno desarrollo físico y psicológico. Más de un 77 por ciento de las encuestadas dice ser acosada al menos una vez por semana, mientras que un 40 por ciento sufriría de acoso callejero diariamente.
Ante esta realidad, el 17 de marzo de este año fue ingresado al Congreso un proyecto de ley que busca contribuir a erradicar las prácticas de acoso sexual callejero y plantea la importancia de reconocerlas como un tipo de violencia; sancionando tres tipos de conductas con una multa de 15 UTM: actos no verbales y verbales; captación de imágenes del cuerpo de otra persona y abordajes intimidantes, exhibicionismo o masturbación, persecución a pie o en medios de transporte. En el caso de actos que involucren el contacto físico de carácter sexual, la sanción sería presidio menor en su grado mínimo, es decir, de 61 a 540 días.
“Nuestras expectativas son que este tema se visibilice no solamente a nivel ciudadano, sino que podamos mostrar un compromiso a nivel político real, que no solamente estén las sanciones, sino que también esté en manos de ministerios comprometidos con temas de educación sobre esta problemática que afecta a los y las jóvenes”, explica María Francisca Valenzuela. Actualmente, el proyecto de ley fue remitido a la Corte Suprema.
El acoso sexual callejero representa un retroceso en la convivencia civilizada entre hombres y mujeres en espacios de común circulación, donde se forma una jerarquía de poder simbólico: agresor y agredida; todo ello como herencia de un sistema patriarcal ya colapsado que proviene del Imperio Romano (Pericás 2010: 67-72). Es momento de tomar parte en este movimiento anti acoso que comienza por cada una de nosotras: defendernos, si la situación nos lo permite, del acosador, decirle que lo que hace o dice no es de nuestro agrado en lo absoluto; muchos hombres ignoran o no le prestan la debida atención a cómo realmente nos sentimos en una situación de acoso. Si somos testigos de un evento en el que una niña o mujer está siendo acosada en cualquiera de sus formas, intervengamos, defendámonos entre nosotras, solidaricémonos, comprometámonos en actividades concientizadoras, pues ello hace la diferencia.. La unión es un arma poderosa para combatir este pernicioso fenómeno social que nos impide progresar como sociedad y lograr la reconciliación de géneros que ya lleva varios siglos en espera.
BIBLIOGRAFIA
GUILLEN FLORES, Rosa Johana
2014 Acoso sexual callejero y sexismo ambivalente en jóvenes y adultos jóvenes de Lima. Tesis de licenciatura en Psicología con mención en Psicología Social. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, Facultad de Letras y Ciencias Humanas.
MIQUEL PERICAS, Esther
2010 ”El contexto histórico y sociocultural” en AGUIRRE Rafael, Así empezó el cristianismo. Estella, pp. 49-99.
MUNDO CURIOSO
2014 Los anuncios más machistas del siglo XXI. Consulta: 24/10/2014
https://www.youtube.com/watch?v=XmxSKjV5xC0
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